lunes, 7 de mayo de 2012

LA ÚLTIMA HISTORIA

Este es el título de un artículo que nos llega desde Camponaraya (León). Realmente una preciosa historia que Andrea ha querido compartir con nuestro blog y ojalá no sea la última que nos cuente.¡Disfrutad con su lectura!

Estaba yo allí en aquel viejo sillón, sollozando, pensando... tenía una angustia en el pecho que no me dejaba respirar. Por un momento me olvidé de todo, miré a mi alrededor. Pero no veía más que tristeza, dolor y compasión.
Me fijé después, en el lugar, un lugar sin sensación alguna aparentemente. Pero esto no es así. La mayoría de la gente que estaba allí no podía contener las lágrimas. En realidad sólo en aquella planta. En la 4ª planta. Las demás plantas eran bastante menos tristes: pediatría, traumatología, dermatología.
Entonces, oí una fuerte voz al otro lado de la puerta:-¡Familiares del señor García! Mamá se alzó y yo le agarré la mano con fuerza. Por solo dos minutos, el tiempo necesario para perderlo, me había olvidado totalmente de la principal razón por la que me encontraba en ese lugar.
Mi abuelo, mi único abuelo, aquella persona que no se cansaba nunca de venir a buscarme para ir al parque, de llevarme a la ciudad, de darme la propina todos los sábados a la hora de la merienda.
Pero, sin ninguna duda, lo que más recuerdo de él era la manera tan cariñosa en la que me contaba aquellas historias que tanto me gustaban. Siempre tenía una para cada momento. Solo quería que me contara la última historia antes de que él...nos dejara.
Mamá tiró de mí hacia la puerta de la habitación número 10. Me sobresalté bastante al encontrarlo lleno de cables y algún tubo. Sólo hacía casi dos años desde que le diagnosticaron el cáncer.
Él sonrió, pues sabía que yo estaba allí, que nosotras estábamos allí. Le cogí de la mano. Entonces pude ver cómo de su delicada muñeca colgaba una extraña pulsera que nunca había visto. Me estremecí y le pregunté por aquella extraña joya. Era dorada y alzaba una lágrima azul turquesa, en la cual se encontraba la fotografía de una mujer con hábito azul y blanco. Se la veía bella y recatada. Mi abuelo la agarraba con fuerza mientras me decía con una sonrisa:- “Era una muy buena persona, la Madre de todas las Madres, agradable, pura y correcta como ella sola.” -“¿la conoces abuelo” pregunté. - “La veía cada día, en mis sueños. Ella me decía lo que necesitaba oír, me hacía sentir lo que más anhelaba” me dijo. -“¿Y aún la sigues viendo?” Quise saber. -“Ahora mismo, reflejada en la mirada tuya y de tu madre” se atrevió a decir. Mamá estaba inmóvil, quieta, con la mirada fija en aquel colgante dorado. Me dio la sensación de que ya había escuchado la historia antes. Hace mucho tiempo. El abuelo y ella entrelazaron miradas y ambos sonrieron.- “Madre Carmen Sallés” dijo el abuelo con fuerza, yo quería saberlo todo, sobre la última historia. Porque aunque mamá dijera que todo iba a salir bien, yo sabía que esto era una despedida. Pero el abuelo estaba aún más débil que antes y preferí quedarme a su lado, callada, pensando en quién podía ser esa extraña mujer, aunque no tan extraña si mi abuelo veía en mis ojos su mirada. Así me quedé, al lado de mi familia. En el momento más duro de mi vida. Pero aguanté el dolor con valentía hasta que un corazón en aquella sala con el número 10, dejó de latir.

Hoy, cinco años después de aquel 28 de febrero, aún recuerdo tristemente el olor de aquel lugar, la alegría de mi abuelo al recordar a aquella mujer, la mirada perdida de mamá y ese nudo en la garganta que se hacía más y más grande por segundo. Pero sonrío al recordar a mi abuelo feliz. Hoy, que tras acabar la carrera de magisterio, he decidido dedicar  gran parte de mi vida a estudiar y seguir los pasos de Madre Carmen Sallés, ya que era tan importante para mi abuelo.

ANDREA MACÍAS       

    

1 comentario:

Anónimo dijo...

BELLA Y CONMOVEDORA HISTORIA, GRACIAS POR COMPARTIRLA CON LOS DEMAS, SALUDOS.