lunes, 24 de octubre de 2016

ECOS DEL PENSAMIENTO DE STA. CARMEN Nº 23

“La alabanza a la Santísima Trinidad –Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo- debe aparecer con frecuencia en nuestros labios, como brote espontáneo del corazón. Es la respuesta a su presencia en nosotros”.

REFLEXIÓN de M. Mª Jesús Mora, rcm

Toda nuestra vida está tejida en relación con Dios, en relación con los otros. No podemos entendernos a nosotros mismos ni ser felices, sino es con y junto a los otros.
Y es que... llevamos en nuestro ser el corazón de Dios. Somos, expresión de amor y estamos hechos, configurados para amar y ser amados, para dar y recibir amor. Nuestro nombre, como el de Dios, es también “amor”. Un amor que recibimos y que damos aquí en la tierra, y que sí, es un amor limitado -porque no somos capaces de darnos en la medida de nuestros deseos-  pero un amor con un sello de eternidad. ¿Os habéis dado cuenta de que todos los días al rezar el Padre nuestro, pedimos que se cumpla su voluntad así “en la tierra como en el cielo”? ¿Por qué en la tierra como en el cielo? ¿Por qué en el cielo? Un día me hice esta pregunta y mi corazón encontró una respuesta: ese amor que recibo aquí, ese amor que doy aquí, no terminará nunca, se continuará en el cielo; ese empeño incansable de Dios de amar, se perpetuará en la eternidad... “en la tierra como en el cielo”.

Llegará el día en que veamos a Dios cara a cara y que con una sonrisa le podamos decir en el corazón: “Señor, me amaste... yo, pobremente, pero con todas mis fuerzas, amé y te sentí dentro de mí. Y ahora, por fin, aquí, contigo para siempre, este amor se hace total y eterno”.


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