lunes, 3 de octubre de 2016

JMJ POLONIA 2016

Las primeras experiencias del verano empiezan a llegarnos al blog ¡Qué alegría nos da que seáis generosos en compartir lo vivido y llenarnos a los demás! Fieles a la invitación de Santa Carmen: "Hay que llenarse para dar", y en eso estamos, invitándoos a enviarnos vuestras vivencias e inquietudes para que la riqueza sea mayor.
Los jóvenes concepcionistas que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud disfrutaron a lo grande, conocieron varios países de camino a Polonia y afianzaron su fe y su identidad como cristianos en este encuentro internacional donde el lenguaje del amor y la amistad fue el idioma universal en esos días, con gestos sencillos y cercanos nos entendimos, rezamos, vivimos y compartimos. ¡Qué grande es la Iglesia y que don más hermoso el de haber sido bautizados!
Os invito a leer este testimonio de una alumna del colegio de Hortaleza-Madrid que no os dejará indiferentes. Gracias por compartirlo y gracias por hacernos sonreír a través de estas líneas.
 
¿Alguna vez habéis sentido que sois incapaces de dejar de sonreír? Esa sensación me invadió por completo durante toda la JMJ y es la más bonita e inexplicable de todas las que sentido. Los primeros días, estaba tan ilusionada que no me extrañó el hecho de no poder dejar de reírnos, pero me empezó a preocupar cuando incluso rezando laudes a las seis de la mañana, miraba a mi alrededor y veía sonrisas y más sonrisas, incluida la que mis labios esbozaban.
Fue llegar a Lourdes y que toda su agua, su luz y su magia nos inundara. Aunque no todo fue sobre ruedas, ahí estaban ellas, las sonrisas, a cada cual más radiante, a pesar de no poder ducharnos, tener que comer y dormir en el suelo, estar andando a todas horas, y escuchar misa en todos los idiomas existentes. Bajo la dulce mirada de María, vivimos los primeros días de nuestra gran aventura. Pasamos por la gruta de Massabielle, y tocamos la roca recibiendo con confianza el abrazo que Dios nos iba dando a cada uno, en el mismo lugar de las apariciones a Bernadette. Con cada una de las luces que encendimos aquel día, prendimos también nuestro deseo de iluminar y ser iluminados; de ser luz para todas aquellas vidas que nos encontráramos durante la peregrinación y de recibirla para alumbrar nuestra propio camino, que a veces con poca luz te acabas tragando algún que otro bache, perdiéndote, o simplemente saltándote un desvío…  
Aún tintineantes llegamos a Lyon. Nuevamente pareció no importarnos subir dosmilquinientos escalones. ¿Os cuento el secreto? La recompensa superó con creces el esfuerzo. No fue lo que estáis pensando. Sí, es verdad, un sofá con wifi hubiese estado de lujo, pero no se puede comparar con la gran catedral que abrió sus puertas a los peregrinos y nos sorprendió con la panorámica más bonita de la ciudad. Todo parecía ser lo contrario de lo que era, cada piedra era un lugar donde sentarse, cada escalón que subir, significaba estar un metro más arriba, cada curva, una preciosa foto y cada cuesta, era una rampa que bajar corriendo a la vuelta…  
A nuestro paso por Tréveris y Frankfurt, ya éramos todo unos expertos a la hora de interpretar el “Es un ratito andando”, “poneos deportivas cómodas” o “desde el coro se oye y se ve mejor la misa”. Venían siendo un “está mazo lejos y no vamos en autobús” y un  “vamos a estar de pie toda la mañana”.  Además a fuerza de estar en el coro, nos aprendimos prácticamente todo el cancionero. En realidad era  todo un placer escuchar como los que tenían el don de la música, lo compartían con los demás, mientras que tú hacías tu pequeña aportación entonando como buenamente podías.
Como en las mejores novelas, cada página que íbamos pasando era si cabe, más inesperada que en la anterior. Según nos íbamos acercando a Polonia, más personas nos íbamos encontrando,  más historias, más vidas, más ganas. Todos con un mismo destino, tras responder a una misma llamada  y con un mismo sentimiento… Verdaderamente como dijo el Papa Francisco, “Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar.” Y es que ni la burocracia pudo pararnos, bueno, solo un par de horas… ¿Os acordáis de las sonrisas que os comentaba al principio? Llevábamos  ya cinco días fuera y allí seguían, soportando como campeonas, el sueño, el hambre, la sed y la escasez de datos móviles.
La estancia con las familias en Wroclaw, fue toda una lección de misericordia. Una ciudad que por unos días abandonaba su rutina y se dedicaba por completo a los jóvenes. Sin conocernos de nada y sin ser capaces de comunicarse en su idioma, nos abrieron su casa y su corazón.  Estando allí me planteé la siguiente pregunta: “¿hubiese hecho yo lo mismo?” En verdad no me hizo falta responderme; tenía todavía demasiado que aprender. Nunca pensé que en aquel  rinconcito de Polonia, al que apodaron “Galilea”, recibiría un regalo tan grande. Sentirme como en casa a más de dos mil kilómetros de ella.
Llevaba todo el curso esperando que llegara ese momento. Llegar a Cracovia… Y por fin, allí estábamos, después de pasar por Czestochowa, más ilusionados que un niño de dos años. Entrando como troyanos en la ciudad, con banderas, cánticos y gritos. Al parecer, la lluvia también se ilusionó con nuestra llegada y se hacía presente en los momentos más oportunos. ¿Qué te quejabas del calor? Chaparrón ¿Qué acababas calado y necesitabas secarte? Sol para ti y para todos. Y aunque nos llovió, día si día también, llegamos a la conclusión de que no había mejor manera de emPAPArse…
Los días eran intensos, y el cansancio empezaba a hacerse notar. Dicen que el roce hace el cariño, y bueno, en mi caso, el roce hace rozaduras…  Pero aun con esas, siempre tenías a alguien al lado dispuesto a relajar el ambiente, alguien con quien hablar, que te diera una miseria de agua sin gas, que te cediera el sitio al verte cansado, que te dejase la batería portátil, que te cantara una canción, te hiciese de traductor, que respondiese a tus preguntas, caminara a tu lado, que te hiciese una foto o que simplemente, en silencio, te dedicase la mejor de sus sonrisas. Y son detalles diminutos, que terminas por ver de manera diferente, descubriendo en ellos un amor que va más allá de las palabras, de los besos o de los abrazos…
Realmente el que de verdad trabajó esos días, no fue el cuerpo, sino el corazón. Tenía tanto que rumiar, preguntarse, compartir y platearse... “Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar” “No os dejéis anestesiar el alma” nos dijo el Papa en la vigilia de oración. Ni os imagináis la cantidad de emociones que se pueden sentir cuando el corazón está a gusto... Y para estarlo, no nos hizo falta nada glamuroso. Estábamos sentados en el suelo, y aunque empezaba a refrescar a la vez que anochecía,  la vela que sosteníamos entre las manos nos daba el calor suficiente para sentirnos bien, que digo bien, muy bien.
Cada palabra del Papa era una invitación a abrir el corazón… “Le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio” “No tengáis miedo de decirle “sí” con toda la fuerza del corazón” “Te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él” ¿Os imagináis? Dios en medio de aquel caos tan alucinante y maravilloso, diciendo el nombre de cada uno de los que estábamos allí… A mí imaginarme esa escena, me sacó una sonrisa.
Cuando ya casi dominábamos el polaco, los mapas, los zlotys y bebíamos agua con gas, llegó la hora de emprender el viaje de vuelta. Eso sí, con las frases del Santo Padre en mente “La JMJ empieza aquí” y “hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella”. Los quince días que llevábamos celebrando la fe, empezaban a calar en nosotros más de lo que nos hubiésemos podido imaginar.
En el viaje de vuelta, el cansancio nos pasó factura, y más que contemplar el paisaje, recuperamos horas de sueño. Salimos de Cracovia, pero las sorpresas no habían acabado. Italia esperaba deseosa nuestra llegada y nos acogía como Don Bosco a sus chicos.
 
 
Cuando llegué a Madrid, todos me preguntaban si había visto al Papa… La verdad, que lo que para todo el mundo parecía ser el objetivo de la peregrinación, para mi acabó siendo solamente la guinda del pastel.  En realidad sin que nos diésemos cuenta,  ya nos habíamos encontrado con quien fuimos a buscar en la JMJ. Él nos había estado acompañando todo el viaje, y el Papa Francisco, no pudo expresarlo mejor: “Queridos jóvenes: habéis venido a Cracovia para encontraros con Jesús”.  
¿Sabéis algo que me llamó mucho la atención? Fuera cual fuese el idioma en el que escuchases esa última palabra, eras capaz de entenderla. En alguno era con una zeta, en otros cambiaba la acentuación, pero en todos, JESÚS, IESUS, JESUO, JEZU… se entiende como en la propia lengua y representa una misma realidad. Descubrí que esas dos silabas, son nuestro lenguaje universal.
Cualquiera que nos viese desde fuera, pensó seguro “Están locos estos cristianos”. Pero desde dentro, lejos de sentirnos ofendidos por ello, nos sentimos orgullos de ir por los caminos siguiendo la “locura” de nuestro Dios… Realmente es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada, a seguir caminando, a soñar alto y ser el rostro joven de la misericordia del Padre.
Y es que todavía hoy al recordar “nuestra aventura” sonrío inconscientemente…
 
Aurora Martínez Hernando, alumna de Madrid-Hortaleza
 

 
 
 

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